Internet se ha convertido para muchos en una puerta de entrada que nos permite conocer a personas afines a nosotros, tanto en el mundo BDSM como en otro tipo de relaciones. Tras la aparente seguridad de nuestra pantalla podemos tantear, darnos a conocer, hasta finalmente dar el paso de conocer a la otra persona cara a cara para finalmente quedar como amigos, seguir adelante o pasar al consabido “si te he visto no me acuerdo”.
A veces las relaciones se quedan ahí, en la distancia, lo que nos permite crearnos un dios, soñarle, desearle, ansiarle, darle la forma que más nos convenga… acaso utilizar la cam y el micro y compartir voces, suspiros, sonrisas, muecas y hasta gemidos ¿por qué no? Que nos permitan dejarnos el alma enredada en cables sin vida y en redes invisibles.
El caso es que un día decidís conoceros; surge la chispa, el feeling, la magia _como queramos llamarlo_ y resulta que la persona que nos interesa vive en la otra punta del país (o en la otra punta del planeta) y le sentimos como nuestro Amo, o como nuestro sumiso y ya le sentimos así y hemos llegado casi sin darnos cuenta a un punto de no retorno, en el que no tiene sentido plantearse “ahora que sé cual es mi ideal voy a dedicarme a buscar a su alma gemela en Córdoba, que me pilla ahí al lado”. No. Es Él, o es Ella y es único, insustituible, no queremos a otro, le queremos a él y vive a más de 1000 kms. ¿Y ahora qué?
Estamos hablando de una relación a distancia, no de una relación limitada al ciber, en la que no se espera conocerse en realidad y ambos son conscientes de que es muy posible que no lleguen a verse nunca cara a cara. Aunque tienen ciertos elementos comunes, una relación a distancia tiene implicaciones que van más allá de una ciber relación, que las diferencian drásticamente.
Nadie se embarga sin pensarlo dos veces en una relación de más de 200 kms. De distancia sin calibrar pros y contras, temores y dudas, posibilidades de veros… ¿O sí? Es necesario meditar profundamente sobre este problema antes de tomar una decisión y ser muy conscientes de las complicaciones que supondrá verse condenados a reducir el contacto físico a unos pocos días al año. Generalmente las personas implicadas tendrán horarios a menudo incompatibles con los encuentros y además la distancia lleva consigo, inevitablemente, un desgaste económico que para algunas personas es bastante importante.
En una relación BDSM, cuando la distancia es grande, el componente mental de la relación cobra mayor importancia. El conocimiento y la confianza en el otro, bases de cualquier relación de amistad o pareja, se convierten en algo fundamental y, si bien esto es cierto para cualquier relación BDSM cercana o en la distancia, ante la lejanía esta necesidad es mucho mayor, ya que no podemos ser testigos de las reacciones del otro, perdemos comunicación y además, el chat, fuente generosa de malentendidos, puede hacer que unas palabras mal tomadas o malinterpretadas causen más dolor del esperado y causar reacciones desmedidas y difíciles de entender para el otro, e incluso para nosotros mismos.
La distancia no tiene por qué equivaler a olvido, no hoy en día, cuando Internet nos brinda la posibilidad de acortar distancias, ver y oír al otro al mismo tiempo y … ¡benditas tarifas planas!. Si el sentimiento es verdadero la distancia puede consolidar la relación cuando ambos son conscientes del esfuerzo que supone salvarla. Pero el problema es que el ser humano necesita del contacto físico. Por eso para muchos una relación a distancia tiene fecha de caducidad desde el mismo instante en que comienza.
Por suerte, he conocido muchas historias bellas que comenzaron en la distancia.
Y ese es el tema de este debate: ¿Cómo salvar la distancia en una relación BDSM? ¿Es posible mantenerla en el tiempo? ¿Qué diferencias fundamentales encontramos con respecto a una relación en la que los encuentros son frecuentes? ¿Cómo superar los largos paréntesis que separan un encuentro de otro?